24 de junio de 2016
Cuando a Eleanor Fletcher le preguntaron qué era lo que quería poner en la lápida de su hijo ésta contestó: pongan la siguiente inscripción ‘Washington Irving Bishop; Nacido el 4 de marzo de 1856.
Asesinado el 13 de mayo de 1889’.
Finalmente pudieron convencerla para que desistiese de poner la palabra
‘asesinado’ en la losa y que figurase mejor el término ‘fallecido’. A cambio le pareció buena idea colocar la palabra ‘MARTIR’ en mayúsculas y sobre el nombre.
Y
es que para Eleanor Fletcher todo lo que envolvió la extraña muerte de
su hijo, a la edad de 33 años, estaba llena de negligencias e incluso
malas intenciones.
Washington Irving Bishop se había convertido en uno de los mentalistas más famosos de los Estados Unidos durante la última década del siglo XIX.
Célebres eran sus actuaciones en las que dejaba asombrado al público
adivinando textos escritos en un papel escondido, saber el nombre de la
persona en la que alguien estaba pensando e incluso encontrar un alfiler
remotamente escondido.
También
era muy popular el número en el que con los ojos vendados conducía un
coche de caballos por la ciudad y llegaba hasta un lugar donde se
escondía un objeto (por ejemplo el mencionado alfiler).
Era
todo un prodigio alabado por unos y detestado por otros, en una época
en la que el espiritismo y mentalismo se pusieron enormemente de moda.
Pero Washington Irving padecía una dolencia que le había hecho pasar alguna mala pasada: era cataléptico,
por lo que sufría unos ataques que lo dejaban inconsciente y que
aparentemente parecía que había fallecido. Varios fueron los episodios
sufridos en los que después de varias horas de una muerte aparente se
había recuperado de ese estado de inconsciencia (muy similar al coma).
Por tal motivo había dado una serie de instrucciones muy concretas para que, en caso de sobrevenirle un ataque de catalepsia,
no se le practicara bajo ningún concepto una autopsia, no fuera
enterrado antes de 48 horas y, una vez transcurrido ese tiempo, si
debían darle sepultura que fuera en un ataúd que tuviera algún mecanismo
con el que poder avisar al exterior en caso de despertar de un ataque
largo de
catalepsia
.
Además
de haber dejado por escrito en varios lugares estas instrucciones,
siempre llevaba consigo, metido en unos de sus bolsillos, un papel en el
que advertía de su dolencia y que en caso de desvanecimiento no se le
efectuara necropsia alguna ni llevaran a cabo ninguno de los pertinentes
de los pasos a seguir (cuando alguien fallece) hasta no haber hablado
con alguno de sus representantes legales (esposa, madre, manager y
abogado) y esto diesen el consentimiento de entierro.
El 12 de mayo de 1889 Washington Irving Bishop actuó en el exclusivo Club Lambs de Nueva York,
donde a mitad de su función sufrió un pequeño desvanecimiento pero que
tan solo duró unos pocos minutos. Tras recuperar la consciencia retomó
el espectáculo y poco después volvió a desplomarse en el escenario.
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